Bladimiro ( sin correcciones)


Esta mañana Bladimiro se ha puesto un par de jeans ajustados, los que hace una semana, según dice, separó de la ropa vieja para quemar; su mama le ha reducido cinco centímetros a regañadientes y con la crítica de lucir como un maldito marica de fondo, Bladimiro luce frente al espejo un pantalón “chupete” que le resalta el trasero de franca manera. Su mamá mueve la cabeza en sentido desaprobatorio y resignada a ver como su hijo, al igual que otros, sale a la  calle con el riesgo de que en cualquier momento le estallen las costuras del pantalón. “Mi mamá dice que no debo usar pantalones tan “cuetes”, es peor cuando ve que me pongo mi polo rosado, pero a mí me gusta, no me quedan tan mal, estoy a la moda”, concluye Bladi y se sonroja.
Bladimiro avanza por la calle Jerusalén y es, entre pocos, el ícono de la mañana, bien Calvin Klein podría contratarlo para alguna campaña de ropa para hombres y así dedicarse de por vida a la industria del modelaje; sus rasgos peruanos lo convertirían en una de las piezas más exóticas de algún magazine europeo y sería cotizado por los diseñadores más grandes del mundo y terminaría celebrando el éxito en algún “after party” en la mansión Playboy; pero en fin, el prefiere ser de la calle, manejar pulcramente su estilo urbano a través de la improvisada Mercaderes y aceptar discreto silbidos de guapería como únicos flashes destellantes de la pasarela callejera.
Así como la mamá de Bladi, seguramente muchas piensan que las nuevas generaciones copian sus apariencias de la televisión, son las malas juntas las que han volcado los colores más escandalosos sobre sus ropas y peor aún que están de moda las novelitas para adolescentes, el reggaetón y esas cosas o acaso hace falta mucho esfuerzo para ver que una persona viste diferente a lo habitual; o hace falta ser mamá necesariamente para comprender los caprichos de los hijos al momento de elegir un polo, un par de pantalones o unos calzoncillos, y ni qué decir de las zapatillas que hace veinte años lo habrían excomulgado a uno de la iglesia, cualquiera que fuera, tan sólo por habérselas puesto una vez, pues las zapatillas ahora las hacen de cualquier material, llenas de calaveritas, florecitas azules, con lazos brillantes, con prótesis de alumnio, con talones fosforescentes, ya no saben qué hacerles a los zapatos con tal de superar a los clásicos mocasines o a las zapatillas blancas para el colegio que por cierto a estas alturas tiene lugar preferencial en el gusto de jóvenes, adultos y maduros. Ésta es una verdad.



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